Una de las opciones del safari de ese día era visitar a un poblado Samburu o ir a la búsqueda de felinos. Decidí quedarme en el coche y acompañar al chófer con unas cuantas personas más a dicha búsqueda. Nada más adentrarnos en el parque y siguiendo una pista que nos alejaba un poco de la trazada principal encontramos, bueno mejor dicho, el chófer encontró un charco de sangre mezclada con excrementos y los que yo interpreté como los fluídos descargados de un animal muerto de pánico al ser atacado por un grupo de leonas. Siguiendo lo que claramente era el rastro de un animal grande que había sido arrastrado hacia unos arbustos, a la sombra, encontramos a a víctima, una cebra enorme o eso me parecía a mí, ya abierta en canal y con muy poco que comer ya. Alrededor un grupo de varias leonas y un macho, todos con la cara totalmente ensangrentada y con claros indicios de haber desayunado hace rato. Era el momento del acicalamiento colectivo, despues de comer a gusto toca limpiarse y en ese menester estuvieron los leones de este clan todo el tiempo que estuvimos alli. Había unas cuatro leonas, tumbadas debajo del arbusto encima de las cuales jugueteaban varios cachorros pidiendo insistentemente que alguien les limpiase la sangre de cebra que había por toda su cabeza. Me recordaban un poco a un niño cuando lo dejas a solas con una tarta de chocolate. A parte del macho, que no nos quitaba ojo, y del que ya hablaremos más adelante, me llamó mucho la atención una leona, un ejemplar precioso, que me imagino que debería ser la de mayor edad o por lo menos la que más autoridad imponía. Su actitud era diferente al resto de leonas del grupo, no estaba descansando, permanecía quieta, inmóvil como una piedra y con esa mirada que te hiela la sangre. Estaaba al lado del cadáver y parecía que estaba alerta mientras un nutrido grupo de leoncitos se metían dentro de la carcasa de la cebra para comer a gusto. Esa mirada es la que he querido plasmar en esta acuarela, una mirada que no olvidaré nunca. La mirada de la seguridad, la mirada de la madre experimentada que no bajaba la guardia ni un segundo.
Acuarela original sobre papel Canson Mooulin du Roy de 300 gr.
30,5 x 40,5 cm