Cuando acostumbraba a correr por la noche en una playa cercana a Vigo, la playa de Samil concretamente, veía siempre a un pequeño bando de correlimos tridáctilos que correteaba por la orilla, justo en esa zona que tanto les encanta, donde rompen y se desparraman las olas. Verlos era como ver pequeños seres de luz que brillaban con luz propia, una luz blanca que delataba sus cuerpos rechonchos entre la oscura noche.